Apeado de Europa y con Real Madrid y Barcelona apretando más que nunca, el Atlético de Madrid afrontaba este domingo uno de esos partidos que siempre resultan incómodos después de sufrir una eliminación.
El Alavés, en descenso, aparecía como oportunidad para que los de Simeone pudieran acabar despejando la cabeza con el bálsamo de una victoria en el Metropolitano, pero los vitorianos también se presentaban como amenaza para un equipo al que sus últimos resultados generaban fragilidad mental.
Tras un inicio gris, la tarde salió cara y los rojiblancos acabaron reforzando la moral con un triunfo agónico.
Oblak paró un absurdo penalti de Savic a falta de seis minutos y evitó un drama.
Simeone y los suyos superaron con angustia la primera de las finales, y no es un simple dicho, que les esperan hasta que acabe la temporada.
Quedan otras diez. Los tres puntos y el parón de selecciones le vendrán bien a un conjunto que sueña con el título aunque hoy le costó un mundo la celebración. Un gol de Suárez y la intuición de Oblak en el lanzamiento de Joselu trajeron la calma en la tormenta.
Ganar o ganar. No le quedaba otra a un Atlético que ha dejado de dormir en el confortable colchón de puntos en el que descansaba hace tan solo unas jornadas.
La clasificación obligaba: triunfo o depresión. La debilidad delAlavés, conjunto en horas bajas que con Abelardo solo había sumado cinco de 27 puntos, fue la mejor medicina para ayudar a revitalizar el ánimo madrileño.
Que el líder de la Liga tardara media hora en poner en el foco y probar a Pacheco fue la constatación de que el Atlético no salió fino al partido, sí atenazado por los fantasmas.
Con Luis Suárez negado en el pase y empeñado en dar siempre un paso de más para caer repetidamente en fuera de juego, la primera intervención del guardameta visitante fue en un disparo lejano de Savic, otro mal síntoma de la puesta en escena rojiblanca confirmado por el hecho de que un rival en descenso fuera el que generara más peligro y ocasiones en el Metropolitano durante el primer tiempo.
Lento, sin chispa, como con el freno de mano metido, el equipo de Simeone disfrutó de un dominio estéril del balón. Más por estrategia vasca que por contundencia. Una repetición de actuaciones recientes que le han llevado a perder ventaja respecto a sus perseguidores.