Un día después del golpe de Estado en Myanmar, nombre oficial de la antigua Birmania, no se sabe el paradero de su jefa de Gobierno «de facto», la nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, ni del resto de políticos detenidos por los militares el lunes por la mañana.
Unos 400 diputados, que habían acudido a la capital, Naipyidaw, para la constitución del Parlamento tras las elecciones de noviembre, están encerrados y vigilados por los militares en el complejo gubernamental que alberga dicho edificio, según informa la agencia AP.
Bajo el estado de emergencia declarado por el Ejército tras derrocar al Gobierno y apropiarse de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, en las calles se respira una calma tensa a la espera de ver qué ocurre.
Al mando de su comandante en jefe, el general Min Aung Hlaing, el Ejército ha destituido a 24 ministros y formado un gabinete con once ministros.
Para justificar su asonada, denuncian «fraude electoral» en la victoria en noviembre de Aung San Suu Kyi, que obtuvo el 83 por ciento de los votos, y prometen convocar elecciones de aquí un año y ceder el poder al partido que gane.
Desde las ocho de la tarde hasta las seis de la mañana, impera el toque de queda y, con los soldados patrullando las calles de la principal ciudad, Yangón (Rangún), este martes se ha recuperado tímidamante cierta actividad.
Tras la sorpresa inicial, agudizada por una caída de internet y los teléfonos que ha llevado al acopio de víveres y dinero de los cajeros, los birmanos están a la expectativa después de ver truncada su joven democracia.
Desde 2015, solo han podido votar en dos elecciones realmente libres, en las que han dado su apoyo casi unánime a la venerada Aung San Suu Kyi, hasta que los militares han vuelto a imponer la dictadura que rigió en el país durante las seis últimas décadas.